Me sirven un café con leche con un corazón de espuma, mi cuchara lo atraviesa con la fuerza de 300 espartanos, tiro el azúcar con furia y lo muevo como si estuviese centrifugado la ropa. El café con leche acaba derramado por todos lados, mancho paredes y cristales. El camarero viene junto con sus gritos y aspavientos y me increpa a base de improperios, yo sigo moviendo la cuchara como si fuese las aspas de un helicóptero. El camarero coge otra cuchara y me reta, y como cual un «Duelo a garrotazos» de Goya fuera, nos enzarzamos en una pelea de esgrima barroca.